July 11, 2023July 11, 2023 El lenguaje jurídico claro: utopía o necesidad El lenguaje desempeña un rol fundamental, debido a que contribuye a la cohesión social, al facilitar la comunicación entre sus individuos. Los grupos humanos que pueblan la Tierra han formado diferentes formas de comunicación oral y escrita, que se relaciona a su forma de ver el mundo o también denominada “cosmovisión”. Esta maravilla del intelecto humano también entraña problemas debido a su diversidad. En efecto, dentro de un mismo idioma surgen dialectos o jergas, no solo por la natural separación geográfica, sino también por la divergencia de las áreas del conocimiento. Una de estas comunidades está conformada por los practicantes del Derecho, que han creado un tecnolecto con terminología propia. Sin embargo, para los editores, representa un dolor de cabeza, ya que lo consideran un lenguaje arcaico, que no ha evolucionado en el tiempo. De acuerdo a la Termodinámica, todo sistema necesita un orden para mantener el delicado equilibrio entre sus partes. En la “Teoría del Caos”, se llaman “bucles de retroalimentación” a los mecanismos que permiten disminuir la entropía y regular el sistema. Nosotros los humanos, hemos creado Leyes, como un mecanismo de control social, cuya aplicación, permite mantener la paz y el orden. Su desconocimiento provoca conflictos, cuya culpa recae generalmente en el transgresor. Ahora bien, estamos de acuerdo que las leyes son progresivas, en el sentido de que incorporan nuevos derechos adquiridos en base a la reivindicación de los mismos. Para ello, primero son discutidas por un cuerpo colegiado de “legisladores” para ser luego incorporadas en el marco legal vigente. Es ahí donde surge el problema, no con las leyes en sí mismas, sino con su redacción. Por ello, planteamos la siguiente pregunta retórica: ¿No será acaso que la dificultad por entender los textos jurídicos también dificulta su aplicación? Veamos entonces algunas características que se podrían considerar como vicios del lenguaje que se observan en estos documentos: en muchas oraciones se excluye al sujeto (la ejecución…, la tramitación…), se recurre al uso de sustantivos deverbales (el acusado…, el denunciante…), se usa el impersonal y la voz pasiva refleja (se resuelve…, se dictamina…) También muchos textos jurídicos incluyen palabras en desuso o tecnicismos que no se encuentra en el vocabulario del común de los mortales. Por otra parte, algunos de los rasgos morfosintácticos incluyen el abuso del futuro del subjuntivo (si procediere…, si hubiere…), la abundancia del imperativo ( notifíquese…, convóquese…), la creación de verbos con el sufijo izar (formalizar…, liberalizar…), la inclusión de ablativos absolutos (previos los trámites legales…, visto y oído el caso…), el uso de adverbios terminados en mente (efectivamente…, debidamente…), errores en el uso del régimen preposicional (en base a…, en relación a…), entre otros. Para un ojo entrenado quizás no entrañe problema la lectura del articulado de una Ley. No obstante, un texto no debe estar destinado para un lector experto sino para un receptor ideal, para que se cumpla el objetivo comunicacional. En el caso de los textos legales, por su naturaleza pública, deben estar dirigidos a un universo amplio de ciudadanos, que abarca tanto a la persona alfabetizada, que tan solo sabe leer y escribir, como a la persona súper educada, que es capaz de entender todos los artilugios del lenguaje. Es importante mencionar que uno de los principales usuarios de los textos jurídicos son los políticos, quienes parafrasean el léxico legal en sus discursos. La sociedad está cansada de esta demagogia, lo que genera desconfianza en las leyes. Por ello, hace falta un cambio de enfoque en el uso del lenguaje jurídico, que revierta esa aversión y que permita comprender de mejor forma su contenido. Con ello, se cumplirían las finalidades con las cuales son creadas las leyes, que son la consolidación del tejido social y el goce efectivo de los derechos. Precisamente, esto es lo que promueve el movimiento denominado “lenguaje jurídico claro”. Esta utopía no es nueva, sino antigua como la historia misma. Veamos. Desde la época de la República Romana, ya se hablaba de que las leyes deben ser comprensibles por todos, originándose los siguientes aforismos: “es preferible la simplicidad que la complejidad” y “la simplicidad es amiga de las leyes”. Más adelante, el rey Alfonso x “El Sabio”, discutía la necesidad de utilizar un lenguaje llano para que los ciudadanos puedan entender y retener la Ley, ya que si no, existe el riesgo de que pase una verdad por mentira y una mentira por verdad, decía. También en la Ilustración francesa, el filósofo Montesquieu, en “El Espíritu de las Leyes” justificaba el uso de un lenguaje claro en los textos legales, para mantener el “estado de Derecho”. Actualmente, muchos gobiernos progresistas tales como Estados Unidos, Suecia, Canadá, Reino Unido y España, son los promotores de una reforma que permita mejorar la dicción que se utiliza en los textos jurídicos, para que sean más comprensivos por el público en general. Con ello, se pretende dejar el velo de misterio que los envuelve y facilitar su lectura. Esto será posible únicamente si se permite la colaboración entre dos áreas del saber que han estado aparentemente separadas: el Derecho y la Lingüística. La época actual es de transformaciones, lo cual obliga a deponer actitudes para trabajar en conjunto y salir adelante como sociedad. Es por ello que consideramos que sí es posible dar paso a la reforma planteada. El uso de un lenguaje claro en los textos jurídicos no significa que se perderá el mensaje o la estética de las palabras. Todo lo contrario, al igual que un escultor pica la piedra para develar la obra de arte, la aplicación de una correcta edición en los textos jurídicos, permite que quede explícito el contenido de la Ley y se evidencie la belleza del lenguaje. Más importante, se genera un ambiente amigable para implementar la justicia, como valor y virtud humana. 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